jueves, 7 de junio de 2007

¡No por favor, Costa Rica no!



Todos sabemos que nuestros predecesores Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por osar saborear la manzana del conocimiento y por su arrogancia al desafiar a Dios y erigirse en dueños y señores del paraíso por encima de cualquier otra especie (porque para mí ese cuento de que Dios puso a todos los animales bajo nuestra administración no es más que un invento de los judios). Al final perdonamos a nuestros abuelos por novatos y por no estar suficientemente fogueados, que ya sabemos que en esto de las jerarquías el que desobedece es castigado, pero que no aprendamos nuestra lección y tratemos de vengarnos destruyendo el paraíso me parece demasiado ruin. Por supuesto, Dios ha decidido esconderse y no saber nada de lo que hagan sus engendros, máxime después de haber sido declarado oficialmente muerto por Nietzsche.

Pienso en todo esto cuando leo El País y descubro muy a mi pesar que en el escaparate de la pasada feria de inmobiliaria celebrada en IFEMA, se ofrecía entre otros destinos exóticos, para la compra de segundas viviendas, ofertas en las paradisiacas playas tropicales de Costa Rica. Desde luego a los tentáculos del monstruo de la codicia inmobiliaria no hay rincón recóndito que se le escape, por lo menos no hasta que logremos casarlo y inmovilizarlo como los enanos a Gulliver, aunque en este caso antes que se nos de a la fuga habría que ir a por él con todo lo que tengamos a mano, ya sean piedras, garrotes o cócteles molotov. Porque o lo destruimos o nos destruía el. Un asunto meramente de supervivencia.

Cuando era niño en Costa Rica durante mis vacaciones familiares, descubríamos muchas calas vírgenes en el pacifico tropical seco al norte del país, por aquel entonces sitios inaccesibles por tierra; lo que nos obligaba para acceder a ellas bordeando la costa en panga (bote con motor fuera de borda). Sé que para que fuera más congruente con nuestros principios deberíamos navegar en barca de remos, pero no eramos conscientes entonces de lo que se iniciaba y ya formábamos parte incipiente del virus que se encargaría de corromper por no decir destruir tanta majestuosa belleza. Las imágenes que guardo en mi memoria son indescriptibles, el encanto de ese mar azul turquesa y el verde que se vomita a la playa cargado hasta la saciedad de vida, reflejo de una variedad inaudita de formas, colores y sonidos, que te bombardeaba desde el aire, mar y tierra sin tregua. Era sin lugar a duda una bofetada al espíritu de un niño como yo, además educado bajo la influencia de su madre y sus tías particularmente sensibles a la belleza natural, a la vez que respetuosas de ellas, pues no solo alberga bichitos inofensivos, ya que podías encontrar entre otros peligros el de los monos que te bombardeaban desde los arboles con frutos a medio comer, a los alacranes y serpientes venenosas, los lagartos hambrientos, las plantas venenosas y en la orilla del mar, mantarrayas con todo y sus aguijones, medusas, erizos, pulgas de mar y todo un ejercito bien armado para la defensa de aquel lugar. Para mí que las premoniciones si existen y que los animales que no han atrofiado como nosotros los instintos naturales, seguro ya presagiaban su destino y nos miraban con recelo, armándose hasta los dientes para iniciar la feroz defensa de su territorios y de sus vidas.

Pero desde luego que nada ha servido porque bajo la bandera "del desarrollo" la reacción en cadena que la expansión de los valores occidentales (debido a la globalización económica) a experimentado con tanto éxito por el orbe, no hay ningún lugar que se salve, ni forma de vida incluyéndonos a nosotros, "los animales civilizados".

Ahora me hago de la vista gorda y cuando visito mi país dirijo mi pasos a los parques nacionales o al bosque tropical húmedo del Caribe, para seguir disfrutando del paraíso todavía no perdido, o no perdido del todo, pero ni en sombra me acerco a las costas de Gunacastecas, para evitar sufrir por la destrucción de los maravillosos bosques de arboles gigantescos, incluyendo las miles de formas de vida que albergaban, que fueron en parte arrasados por la introducción de la actividad ganadera y que ahora el boom de la inmobiliaria ha terminado de transformar el entorno con su burda gula. Actualmente la provincia costera de Guanacaste es un hervidero de gringos, canadienses y alguno que otro europeo, que han construido sus lujosas residencias a pocos metros de la playa (sería aun peor si Costa Rica no contara con leyes de protección medioambientales), cortándole el paso a cualquier otro que invada "su territorio" aunque solo pretenda admirar los pocos encantos naturales que han dejado intactos, ya que según la legislación costarricense la playas no pueden ser privabas pero que pasa si se corta el camino que conduce a ellas..., pues sí, que muchos tienen como patio trasero de su casa una playa maravillosa que debería ser patrimonio de la humanidad.

No quiero de ninguna manera ser un testigo de esa destrucción indiscriminada que otros de mi misma especie han iniciado, consumiendo tanta belleza para luego cargarla en ladrillos de cemento y piedra. ¡Por favor, no compren propiedades en Costa Rica!

1 comentario:

El Desheredado dijo...

En realidad, casi que lo que estás fomentando es que la genta sienta el atractivo de Costa Rica y se decida a comprar una propiedad allí.